Un trozo de calle

Hay un cruce antes de desviarse hacia mi casa donde me han besado muchas veces. Suele suceder entre las 2 y las 7 de la mañana: voy hacia mi casa, un chico me acompaña y llega el momento en el que la certeza de que debemos separarnos cae como una losa; entonces ocurre. Es la magia del cruce.
A veces el beso -o los besos- duran un buen rato, cuento el tiempo por las veces que el semáforo cambia de color: rojo, verde, rojo de nuevo. A veces también oigo algún coche pasar, pocos a esas horas. Pero me imagino a sus ocupantes mirando por la ventanilla y pensando que es bonito ver a una pareja besándose en la acera. O recordando la última vez que lo hicieron ellos. O simplemente intuyéndonos por el rabillo del ojo y murmurando con cinismo "buscaos un hotel".
Ese cruce, con sus semáforos, su marquesina y unas escaleras de cemento que no sé muy bien a dónde llevan, es el eje del romanticismo en mi vida.

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