De la Navidad y otras fiestas de guardar
De repente levanto la cabeza del plato, como si por primera
vez me diera cuenta del ruido ensordecedor que me rodea. Un montón de voces que
reconozco se gritan entre sí. Yo me elevo, como en otro plano de realidad,
adquiriendo una perspectiva única, y los miro. Siguen vociferando, saltando de
un tema a otro sin que nadie escuche realmente lo que dice el de al lado, un “de
dónde vienes, manzanas traigo” magistral.
Ignoro si otras personas alcanzan esta perspectiva, como
quien mira un cuadro o una obra de teatro, o si por el contrario al resto de
los mortales les resulta increíblemente fácil ser parte de la escena de manera
natural. A mí no. Yo tiendo a verlo desde fuera, callada, sin que nadie perciba
mi ausencia.
Hasta que noto que me están mirando, en un repentino silencio.
Alguien repite algo: “verdad, niña?”, me miran con más intensidad esperando
algo de mí. Hago un recorrido por las caras expectantes, dejo caer el langostino
que tenía en la mano e intuyo que quieren una confirmación sobre algo de lo que no
tengo ni idea (ellos tampoco), como si yo fuera la máxima autoridad en la
materia. Pestañeo un par de veces y respondo muy segura “sí, claro”. En ese
instante el tiempo vuelve a correr, todos se destensan, dejan de mirarme y
vuelven a lo suyo “ves??” “claro!” “ya lo decía yo…”.
Suspiro, cojo mi copa y
le doy un sorbo más largo de lo que sería recomendable. Total, es Navidad.
Comentarios
¿y no es como si te impidieran jugar con tus propias identidades?
Total, es internet.
No te preocupes por las identidades, haré como que no te he visto. Total, ya nos conocemos.